viernes, 12 de octubre de 2012

Todas mis vidas

Tú,  ese desconocido,  estás sufriendo.  No te reconozco,  pero por alguna extraña razón, cuando te veo llorar,  me duele el corazón por tí.
No quiero verte sufrir asi que dejame que yo llore por los dos. Aunque no te reconozca comparte conmigo tus recuerdos y eso bastará. Dime que no puedo imaginar cuanto ni como has sufrido hasta encontrarme, que la vida puso piedras en tu camino que dificultaron tus pasos hasta que llegaste a mi lado.
Dime que esperaste mil vidas hasta encontrarme, pero que todo ese tiempo no significa nada comparado con un minuto a mi lado.
Cuentame aquel momento cuando mi pelo hacia cosquillas a tu corazón mientras descansé tranquilo en tu pecho.
Dime que nuestro amor vivió en las sombras durante mucho tiempo, pero ni siquiera eso pudo apagarlo.
Si me dices eso mi amor será para ti, viviré por tí y seré tuyo para siempre. Y entonces yo te juraré mi amor y será tan verdadero que perdurará a través del espacio, después del tiempo, hasta el fin del mundo. Y cuando volvamos a encontrarnos en otras vidas, tan sólo recuerdame quien soy y yo te reconocere enseguida.
Javi Cabrera

jueves, 4 de octubre de 2012

!!Me muero de envidia!!

Casi todo el mundo envidia algo de alguien, y digo casi por no leer comentarios como: Eso no lo dirás por mí!!
Algunos ansían la belleza físcia de otros que, a su vez anhelan en secreto la inteligencia y el saber vivir del que lo envidia.
Unos codician la fortuna de aquellos a los que no les importaría ofrecer su caudal a cambio de la familia que espera a su empleado al llegar a casa o, tal vez, por encontrar a alguien que los quisiera por como son en lugar de por como viven.
He conocido guapos cuyos complejos los obligaban a vivir en la más absoluta timidez cargando, por eso, con la etiqueta de engreído, pero también feos que allá donde iban eran el alma de la fiesta y todo el mundo les quería, incluso envidiaban.
En mis despasos encontré ricos que ambicionanban la risa de la pareja situada a unas tres mesas a su derecha.
Descubrí que existía gente que se compraba un coche al mes por simple aburrimiento y que se lamentaba de no tener a alguien especial a quien decir que su desesperación por reunir tantas piezas sin color bajo el mismo techo, no era sino el reflejo cruel de la ausencia de un amor que nunca llegó.
También conocí a la pareja que reía, finalmente, por causa de los nervios que les causaba reconocer que se extralimitaron y  no sabían cómo iban a abonar tan abultada cuenta. Ella, entre risa y risa miraba al señor solitario de la ventana pensando que aquel tipo con cara de misántropo se estaba comiendo una langosta y entre la risa y el miedo por la cuenta final, ponía a balancear el equilibrio tan extraño al que la vida nos somete a veces.
Todos nos quejamos de nuestra suerte en incontables ocasiones, nadie es inocente de haber pensado alguna vez que esta vida es demasiado larga y bastante cabrona.
Pero también nadie quiere morirse por muy putas que las esté pasando, ni pasar el relevo a otra generación que lo sustituya. Algo de bueno tendrá entonces la vida, y también algo de justa.
Nadie tiene asegurado el cumplimiento de sus sueños por mucha belleza, inteligencia, riqueza o amor que posea porque finalmente, la vida, obliga a todos, en más de una ocasión, a sentirse desdichado. Lo pésimo de este caso se encuentra en el alivio que siente el ser humano al convertirse en conocedor de esta perogrullada tan universal como absoluta. De ahí lo de: "Mal de muchos, consuelo de tontos".
Puestos a desear sueños, vamos a buscar una tienda donde nos los vendan en pequeños botes de cristal ovalados en los que ponga. "Conservar en frío si desea que se vuelvan eternos". Pero, ¿para qué podemos querer un sueño congelado?
En vista de lo acaecido cambiemos la táctica. En lugar de envidiar vamos a observar qué podrían llegar a codiciar de nosotros. O mejor aún, busquemos qué nos gusta de nosotros mismos y a la vez encanta a nuestros incondicionales. Y tal vez, sólo tal vez, de tanto mirar para otro lado concluímos que no nos interesaban tanto las virtudes ajenas como habíamos pretendido.

Javi Cabrera